lunes, 3 de septiembre de 2007

La foto de las vacaciones


No, no me creo que no tengáis fotos curiosas, bizarras, chulísimas o que nos vayan a dejar ojipláticos a los demás (sobre todo porque doy por hecho que todos hemos salido con nuestro “tomavistas” digital). Así que os propongo que elijáis vuestra “favo” (o “prefe”, como queráis), la colguéis y nos expliquéis por qué.

Yo he elegido esa de ahí arriba pese a que el zoom de mi cámara compacta no me dejaba acercarme más y los cabrones de los de la zapatería habían desplegado el toldo. Y es que, detrás de la catedral de Valladolid (ciudad que sólo recomiendo para comer, y ahora explico por qué), es decir, en un sitio bastante, bastante importante (o así debería ser), está la plaza de Portugalete.

Así es, amigos y amigas. El pasado agosto (nos acercamos desde el pueblo de Palencia en el que los padres de Estefanía tienen una casa) se encontraba de obras-obrísimas. Es decir, totalmente levantada, a lo parque Gernika de Santurtzi (a ver cuándo nos lo cerráis, Josu), pero espero que la dejen tan bonita como su nombre se merece, ¿o no?

Sobre la ciudad, es cierto que como dicen los de El Jueves (¿nos solidarizamos con ellos como blog?), José María Aznar nunca debió salir de allí, porque igual como diputado por Valladolid hubiera hecho más. Es verdad que, de tan caóticamente curiosa, merece un vistazo, pero este siempre es descorazonador.

Dos pinceladas históricas: en Valladolid no sólo se instalaron unos reyes de Aspañññña, sino que llegó a nacer otro (no, no sé cuáles, ya sabéis que no los distingo y que menos no me puede importar, como diría Igor). Y con ellos, como siempre, se mandaron construir sus casitas y oficinas los integrantes de la correspondiente corte. Pues bien, la mayoría de los edificios han sido “reciclados” en cosas tan estimulantes como dependencias de la Guardia Civil, y la casa de Cervantes, pese a ser lo más cuidado (comparativa, no objetivamente), pasa bastante desapercibida.

Eso sí, como todos los sitios que no sean Bilbao, comer resulta barato y nosotros lo hicimos bastante bien, la verdad. En un sitio que tenía unas cortezas de cerdo de un tamaño descomunal (que no me atreví a probar para no perder mi glamour ante la que comparte su hipoteca avec moi). ¡Ay, Ibon, cuánto hubiéras disfrutado con tanta grasa y un vinito rico!

Ala majos y majas, ya he lanzado mi guante. Sus toca (si queréis, claro).